Verás, Natalie
las sombras tienen razón:
el mundo es plano y sombrío.
Últimamente
las cosas van mal; pero llevo bien
lo de que todo vaya mal.
El café también tiene razón:
a veces
la vida es amarga y fuertemente oscura.
A ti, Natalie, por la noche ¿qué es lo que te tranquiliza?
Esa misma pregunta quiero hacérsela a mi madre.
Mama,
¿qué te tranquiliza a ti? A mí escucharte respirar. Oír por la noche
la cuerda áspera de tu respiración, ese hilito de agua seca
que me certifica
que por fin estás descansando.
Últimamente me intranquiliza demasiado la noche.
Me daña más de lo normal
y me parece que la noche es un enorme forense
de manos enguantadas por el látex de la luna
a la espera
de recoger cualquier pájaro
que se muera.
El otro día soñé que tú y yo, Natalie, montábamos una divina comedia:
Al poeta Iván
le guía, de la mano, la niña de 12 años de León el profesional. No me conducías
ni por el infierno ni por el cielo, sino por el purgatorio de los años 90. La década
en la que la adolescencia
convirtió mi corazón en una urna que se llenaba de mundo.
Quiero que me lleves a esa época hermosa y grunge
que se confiscaba perfectamente
en las canciones de Radiohead y de los Smashing Pumpkins.
En algún callejón
podrido por esa cosa que llamaron graffitis
te besaré en una mejilla. Alguien encenderá una radio
y el locutor, por supuesto
hablará del sida.
Natalie, las sombras tenían razón:
el mundo es un lugar plano y oscuro. Creo
que mi abuela
pronto recibirá
una carta negra.
Cuando mi abuela muera
me imagino a todos los ángeles tomando apuntes en sus libretas.
Todos ellos la interrogarán,
todos los ángeles tienen demasiadas cosas
que aprender de ella.
Natalie,
quiero conversar en la nieve
con la niña que eras en Beautiful Girls. Quiero ir a buscarte a la escuela, darte un sándwich y un zumo y decirte:
-Eh, cuando te comas el sándwich,
prométeme
que harás bien la digestión.
A veces creo
que quiero regresar a aquello que tenía con Julia. Grabar tu nombre
(o el de quien sea), en todos los postes del telégrafo.
Volver
a sentir que alguien
necesita imputarme en la delicadeza de su vida. Saber, saber tanto de alguien
que lo único que me quede
sea gandulear debajo de su mirada
sin sentirme normal ni defectuoso. Quiero volver
a ser el periodista
de todos los átomos de una vida
que no sea la mía.
Pero por otro lado
el amor
en mi corazón sólo ha dejado
un palmarés derrotado y receloso.
Oh, pero no, Natalie. Vamos. Tú no te preocupes. No llores:
No se hunde mi corazón
flota bien en la tormenta. Lo malo
es que ya nunca flota en ningún otro sitio porque ya nadie
lo trata de ninguna otra manera.
Poesía by Iván Legrán Bizarro is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
Based on a work at ernestomeobligo.blogspot.com.
lunes, 23 de mayo de 2011
domingo, 8 de mayo de 2011
Cancelado
Tenía muchas ganas
de que ingresaras en mi vida.
(No se trata de que llegues o de que entres
a mi vida. Sino
exactamente de que ingreses:
como el dinero en una cuenta corriente.
O como un enfermo en un hospital.
O como alguien que quiere aprender
e ingresa sediento
en una universidad).
A veces salgo a darle una vuelta al barrio
y resulta que estaba dándote una vuelta a ti
(Mi barrio está tan sabido,
me es tan conocido que camino por él
sin mirar sus casas ni sus tiendas
pero llevo aquí toda mi vida
y si yo no las miro
terminan por mirarme ellas).
Tengo que dejar de untar la noche con tu rostro.
Disparar
a
la bandada de planes que me sobrevuelan.
Dejar de andar por el camino (o seguir haciéndolo, pero sin andarlo; pisándolo)
que te traería a mi casa,
a comer con mi familia los domingos.
Tú (que estás llena de adornos que te sientan tan bien),
¿qué diablos harías en mi casa? Mi casa es muy pequeña;
Tu pelo
es más largo que mi casa.
Ya hemos hablado de cuánto te gusta cocinar y aquí
apenas podrías cocinar nada.
Mi cocina es tan pequeña
que lo único que quiere
es que te frías un huevo
y regreses al salón a ver la tele.
Me moría de ganas
de ver cómo fabricas tus bostezos:
Seguro que nunca descuidas taparte con una mano (creo que si puedes, tú te tapas
con las dos), pero siempre
se queda entreabierto algún dedo
y entonces tu boca suena
un poco con esa vocal grande y alquitranada
que uno dice sin querer cuando bosteza.
Tenía ganas también
de ir yo a tu casa
para que tu jardín fuera un jardín
y tu perro fuera un perro
(y no como ahora
que tu jardín no huele, y tu perro no ladra
porque sólo son un par de fotos
que enseguida se acaban).
Sentía que me tú pellizcabas con alguna luz.
Me hacías presentir horas fiesta. Pero ahora me he acordado
de una cosa que me dijo mi abuelo
después de una verbena:
-Iván,
al final
el confetti ensucia el suelo.
Y además, el confetti mojado
parece el vómito de un payaso.
Tenía muchas ganas
de que ingresaras en mi vida
y ahora me siento derruido y sancionado.
No quiero explicarme más.
No quiero dar más detalles sobre ti
ni sobre este universo que has cancelado.
Ojalá tuviera otra vez aquella agenda del cole (en sus últimas páginas había unos justificantes
que rellenaba mi madre):
Nombre:
Iván Legrán.
Asunto: No asistirá hoy a la alegría.
Motivo: Los confettis ensucian el suelo. Los globos han ido al hospital, porque parecían
rostros de niños enfermos.
Me voy ya. Me voy un rato.
Voy a ejercitarme en eso de dejar de pensar.
Empezaré por dejar de pensar en conocerte: Dejaré a un lado lo de ir a tu universidad
para verte aunque sólo sea un rato,
y dejaré de creerme
eso de que si estuvieras a mi lado
mi sangre sonreiría
y cumpliría mejor con su trabajo.
Poesía by Iván Legrán Bizarro is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
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de que ingresaras en mi vida.
(No se trata de que llegues o de que entres
a mi vida. Sino
exactamente de que ingreses:
como el dinero en una cuenta corriente.
O como un enfermo en un hospital.
O como alguien que quiere aprender
e ingresa sediento
en una universidad).
A veces salgo a darle una vuelta al barrio
y resulta que estaba dándote una vuelta a ti
(Mi barrio está tan sabido,
me es tan conocido que camino por él
sin mirar sus casas ni sus tiendas
pero llevo aquí toda mi vida
y si yo no las miro
terminan por mirarme ellas).
Tengo que dejar de untar la noche con tu rostro.
Disparar
a
la bandada de planes que me sobrevuelan.
Dejar de andar por el camino (o seguir haciéndolo, pero sin andarlo; pisándolo)
que te traería a mi casa,
a comer con mi familia los domingos.
Tú (que estás llena de adornos que te sientan tan bien),
¿qué diablos harías en mi casa? Mi casa es muy pequeña;
Tu pelo
es más largo que mi casa.
Ya hemos hablado de cuánto te gusta cocinar y aquí
apenas podrías cocinar nada.
Mi cocina es tan pequeña
que lo único que quiere
es que te frías un huevo
y regreses al salón a ver la tele.
Me moría de ganas
de ver cómo fabricas tus bostezos:
Seguro que nunca descuidas taparte con una mano (creo que si puedes, tú te tapas
con las dos), pero siempre
se queda entreabierto algún dedo
y entonces tu boca suena
un poco con esa vocal grande y alquitranada
que uno dice sin querer cuando bosteza.
Tenía ganas también
de ir yo a tu casa
para que tu jardín fuera un jardín
y tu perro fuera un perro
(y no como ahora
que tu jardín no huele, y tu perro no ladra
porque sólo son un par de fotos
que enseguida se acaban).
Sentía que me tú pellizcabas con alguna luz.
Me hacías presentir horas fiesta. Pero ahora me he acordado
de una cosa que me dijo mi abuelo
después de una verbena:
-Iván,
al final
el confetti ensucia el suelo.
Y además, el confetti mojado
parece el vómito de un payaso.
Tenía muchas ganas
de que ingresaras en mi vida
y ahora me siento derruido y sancionado.
No quiero explicarme más.
No quiero dar más detalles sobre ti
ni sobre este universo que has cancelado.
Ojalá tuviera otra vez aquella agenda del cole (en sus últimas páginas había unos justificantes
que rellenaba mi madre):
Nombre:
Iván Legrán.
Asunto: No asistirá hoy a la alegría.
Motivo: Los confettis ensucian el suelo. Los globos han ido al hospital, porque parecían
rostros de niños enfermos.
Me voy ya. Me voy un rato.
Voy a ejercitarme en eso de dejar de pensar.
Empezaré por dejar de pensar en conocerte: Dejaré a un lado lo de ir a tu universidad
para verte aunque sólo sea un rato,
y dejaré de creerme
eso de que si estuvieras a mi lado
mi sangre sonreiría
y cumpliría mejor con su trabajo.
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