domingo, 27 de junio de 2010

Cadáveres guardados

Cuando la vi por primera vez
un montón de cadáveres encontraron sus tumbas.
Gracias a ella
fue posible duchar
las pizarras del pasado;
lavarlas de la caligrafía venenosa
que había ayer.

La veo una vez por semana.
El tiempo que hay en medio,
el rato que hay entre vez y vez,
es un fardo lleno de horas pesadas.

No quiero ese entreacto.
No me anfibio bien a la vida que consiste en ahora ver
y ahora no ver.

Pero ella
salva los días por completo. Con mi amiga a mi lado
podrían cronometrarse en una cifra muy delgada
los instantes en que me doy cuenta de que
la noche es la noche.
Intuyo que el tiempo antes de ella
era una textura pobre, magullada.
Una vida de pan degradado sobre
un tapete
en el que podían reunirse las migajas
de un festín solitario e inerte.

Ayer volví a verla,
a mi amiga.
Iba preciosa:
Un montón de cadáveres
regresaron a sus fosas.
Con ella el tiempo es sólo el futuro y
el futuro es un megáfono que proclama su nombre:
Irene.
Irene.

Y el terror se afloja.
Y las horas
todas
mejoran.


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Poesía by Iván Legrán Bizarro is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
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jueves, 24 de junio de 2010

Ayer Irene estuvo enferma

Esto no es un poema. Es la cara de angustia que tuve ayer
durante todo el día.

Ayer Irene estuvo enferma.

En esta ocasión no voy a hablar de lo que Irene o yo sentimos:
Ella ve unas luces apagadas.
Yo continúo viendo unas luces encendidas.

Hoy he presenciado por la calle
un par de letras de la sigla desconocida
de mi relación con Irene:

Primero he visto una pareja de novios adolescentes. Ella
le besaba a él en la mejilla. Sin obscenidad.
Sólo en la mejilla.

Después

he visto cómo una chica de 15 o 16 años
le iba repartiendo patatas fritas
a su hermano pequeño de 5 o 6.
La bolsa era muy pequeña
y las patatas parecían orejas doradas. Relumbraban y destellaban al sol
como si las hubieran traído con vagonetas
desde el fondo de la tierra.

Todo esto da igual. Lo que me importa
es que ayer Irene se encontraba mal.

Ingresó urgentemente en un hospital apartado. Se dejó el móvil en su casa.

Cuando Irene se encuentra mal
me comporto como un edificio supersticioso y agrietado.

La paranoia
entra en erupción
y mi sentido común
se la mira con la misma mirada fatigada
con que un peluquero observa a cualquier cosa grande y desordenada.

Todo el rato. Cada hora
imaginando a Irene tumbada en una cama escueta y funcional. Las sábanas impersonalmente blancas estaban perfumadas
con la nada. Dicen
que los enfermos no pueden soñar en el hospital. No me extraña,
debe ser
porque sus camas no huelen a nada.

Ella.
Ella en ese camastro de estructura lógica, planificada para ser transparente,
Irene aprieta su barbilla. Un doctor
viene a verla para controlarle la respiración.
Levanta su camisón y le pulsa en las costillas.

Estoy seguro
de que alguna vez he estado a punto de soñar con esas costillas.

El médico finge profesionalidad, apenas mira el ombligo de Irene
pero lo ve
y sabe tan bien como yo
que ese ombligo es una letra “c” con la tinta corrida.

El doctor se despide limpiamente
-Hasta la siguiente visita.

Quiero llamarla. Quiero saber cómo está. Incluso saber
si necesita alguna pieza de mi cuerpo. Su móvil suena
pero la llamada se estampa y unta de sonido para nada
las paredes de su casa a toda prisa ensombrecida
y vaciada.

Esto no es un poema. Es mi espanto de ayer
y también es
mi alegría bestial,
mi amor sin ficciones,
al saber
que Irene ha vuelto a casa
y ya está casi del todo bien.



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domingo, 20 de junio de 2010

Vísperas

Ya está cerca mi santo, San Juan.
En la calle suena un bang-bang de perdigonazos. Pero en realidad
es el hipido de los petardos, tirando de la futura verbena
hacia el presente.

Los niños se vuelven demoníacos y nerviosos con los mecheros en las manos. Les encanta
causar fuego
con sólo chasquear un dedo.

Ellos juegan cerca, queman la pólvora
en una plaza que está a menos de un cuarto de hora.
Si no se tratara de estas fechas
podría creer que son adultos lejanos que andan probando sus pistolas.

Irene,
mañana ya es verano.
Tu agenda del colegio ha sido durante todo el año un cuentagotas de días. Una
jirafa parda
a la que siempre le faltaban unos centímetros de cuello
para alcanzar la hoja alta tan ansiada.

Vuelven a brillar los viernes. La promesa
de que quizá éste ya vuelva a verte
me condecora desde lejos.

Toda la gente que te apestaba la vida se va a morir durante este verano.
El sol ha horneado una llave caliente y amarilla
que te va a soltar de todos los grilletes. Sólo tú
sabes lo que vale el verano. Porque sólo para ti
los días se han derretido tan despacio.

Mañana ya es verano. Yo soy el sheriff
de una hectárea en donde el sol
impacta sin cuidado
y sin cuidado
la hierba es una carcajada verde que espera ese impacto.
Tú puedes gozar de esa hectárea. Te la daré
a cambio de que pestañees a mi lado.

A mí antes me daba igual el tiempo. Ya no tenía el verano
ningún mensaje para mí. Pero tu cuenta atrás,
tu apetito por este momento
ha tripulado mi emoción
hasta este verano.

Muy pronto, el día que quedemos
no me dará tiempo a echarme la siesta. Sabes que me verás con ojeras
y de vez en cuando me masajearé el cuello dolorido. De tanto en tanto
incluso burbujearé algún bostezo.
Pero a pesar de eso. Ya sabes que cuando estoy contigo
lo único que está cansado es mi aspecto.


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lunes, 14 de junio de 2010

Me gustaría ser tu madre

Si yo fuera tu madre
me esforzaría siempre con mucho ahínco
para que tu única opción
fuera la alegría.

El otro día cuando fui a buscar tu libro a la librería
el cielo era del color de un gran insecto
y a pesar del calor
llovía. Pero la gente
bajo los paraguas
iba en chanclas
y confiaban en el verano todavía. Una muchacha bonita
pero muy delgada
caminaba más rápido que yo y sus brazos eran tan finos
que los codos que enseñaba le enseñaban a todo el mundo
que sólo eran dos nudos.

Me gustaría ser tu madre. No me importaría saltarme
y perderme
el tramo de edad que me separa de su edad.
Me dejaría el pelo más largo;
con la práctica me anudaría cada vez mejor el delantal. También aceptaría
tener que abrochar a mis ojos
el vapor cansado de su mirada.

En las horas en que estuvieras en el instituto,
yo limpiaría la casa
y curiosearía en los hilos de olor de tus pijamas
antes de darles la forma de un cuadrado
para ponerlos a dormir
dentro de tu armario.

Aunque no me gusten los hombres
me pondría aquellos perfumes que me regalase tu padre. Sería buena con él y
pocas veces le regatearía una sola opinión. Apaciguaría tu casa;
la convertiría
en un país llano para que en los próximos años
el tiempo fuera una montura tranquila
que por caminos plisados,
sin ácidos ni inmundicias
te condujera hasta tu versión más alta de ti.

En todo lo que tú haces ahora, querida Irene
va mezclada la súplica por el perro que tanto tiempo has deseado.
Si dependiera de mí
sabes que ese perro ya tendría un nombre
y ya lo habrías educado para que supiera
que los tomates del jardín,
esa mezcla de juguete redondo y de comida jugosa,
por expresa prohibición de tu padre
no se tocan.

En el pentagrama de las cinco cuerdas que hay para tender
las notas serían el color ondulado por el viento
de tus braguitas mojadas
a las que añoro tanto volver a ver...

Sería difícil llevar toda la casa. Esa casa grande que tenéis.
Cuidar de ti
de tu padre y de tu hermano: Hacer la comida para todos,
despertar al horno de su letargo. Despertarme yo
pronto para despertaros a vosotros. Sería mucho
mucho trabajo. Pero viviría mucho más tranquilo
gracias a la única recompensa
que queda después de tantas molestias:
a tu madre
a diferencia de a mí es imposible
que alguna vez dejaras de quererla.




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lunes, 7 de junio de 2010

Varias semanas sin Irene

Me parece que ha terminado aquella época. Cada vez viene siendo más raro
que tu madre pueda pillarte
con mi nombre holgazaneando entre tus labios
como una fina brizna de hierba.

No me gustan nada los días sin verte.
Se vuelve todo alto e igual. El tiempo se rotula de nada:
Los días se convierten en un estribillo plano y marchito.

¿De verdad no tienes una sola hora en tantas semanas?

Ah,
ya;
tienes exámenes importantes
y algunos trabajos de clase.

No te estará pasando algo, ¿verdad?

A lo mejor hay por ahí un viento nuevo
que vagabundeando en los tejados
no deja que tu ropa tendida al sol se quede quieta.
Entre tus prendas mojadas
veo alguna cosa especialmente viva y pequeña
que me parece que ya no volverás a enseñarme.

Cuándo se quedará quieto
el movimiento de ir perdiendo.

Mi casa se vuelve muy perezosa si no vienes.

En absoluto es tu culpa
pero cuánto poder tienes:
Alguna de tus miradas de ahora
puede pudrirme
y alguna puede ser
la pastilla de lluvia
tan soñada por aquel árbol amarillo.

Creo que todavía no has salido
del todo de algún sentimiento. Por eso estás ahí parada
un poco indecisa en mitad del umbral.
Detrás de ti,
a tus espaldas,
está la luz corriente de un día de calle.
¿Entras o sales? ¿O quieres estar justo ahí
sin entrar
pero también
sin irte de aquí?

Si eso es lo que a ti te apetece
a mí ya no me importa.
A pesar de que estando ahí en medio
lo único que haces es taparme la luz
y darme un manotazo de sombra.




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