miércoles, 22 de junio de 2011

Verano

Hola, Natalie,

Ya está aquí el verano.
Las chicas han llenado la calle
de piernas, chancletas y helados.

El calor atonta algunas caras,
hay hombres que me han mirado
como si acabaran de perder
las llaves de casa.

El verano cuelga de la lengua de los perros. Natalie,
ahora no busques gatos en la calle,
todos se marcharon de vacaciones
a la sombra azul que hay debajo de los coches.

Pronto habrá incendios
y pronto habrá autopsias que revelarán
que éste
o aquél viejo
murieron de calor, naturalmente.
Hay que usar bombillas más frescas, menos voltios, más flojas.
Por eso la lámpara de mi escritorio
es una flor jorobada
que deposita una pequeña limosna
sobre el boli y sobre las hojas.

Hoy he visto el vídeo en que te entregaban el Óscar, Natalie,
estabas tan feliz
tan nerviosa y tan gorda
que eras como una niña que va a hacer la comunión
con un melón
debajo del vestido.

Estoy en una parte de mi vida
en la que tú eres mi vida. No tú, pero sí hablar contigo.
Hablar contigo no, pero sí hablarte a ti.
Hablarte a ti
tampoco.
Pero sí pensar en ti
como en una imagen amable
a la que dirigirme para pedirle socorro y audiencia.

Ya está aquí el verano. Lo han traído las chicas
y también serán ellas
quienes se lo lleven muy pronto.

Aunque sólo ha comenzado
ya estoy viendo su final:
(Será como su principio
pero al revés)
Las calles se irán vaciando
de piernas, chancletas y helados.
Un buen día,
alguien se atreverá a ponerse una chaqueta
y todo se habrá acabado.



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lunes, 13 de junio de 2011

Café para los fantasmas

Lamento haberte sacado de la cama a estas horas, Natalie, pero
se trata de Irene.
¿No te he hablado de ella?
“Irene”
podría ser el título de mi vida
durante este último año.

Sin embargo, me estoy cansando llamarme así.

Dentro de poco es su cumpleaños y me da pereza que lo sea.
Ir a la tienda
a buscarle un regalo
es sólo un dato
garabateado sin ganas en la agenda.

A veces cuando miro a Irene
ya no baila la sed,
sino el cansancio.

Llueve. Se pone a llover ahora, Natalie, y
llueve mal, sin uniformidad y sin mojarlo todo.
Ahora
se oye cómo detona una gota en la uralita de allá, pero después
gruñirá algún lugar
cardinalmente muy lejano.
Llueve mal,
como si la lluvia de hoy
la hubieran inventado
unos niños con prisa.

Creo que me gusta repartir café entre mis fantasmas:

Vuelvo a hablar con Leila.

Vuelvo a querer ser amigo de Cristina (a cualquiera
le parecería una excelente idea su rostro, su cuerpo, su voz... Pero yo sólo puedo fijarme
en el mensaje urgente y triste
que colorea su mirada).

Vuelvo a querer follarme a Julia.

Vuelvo a querer trasladar a Irene
a una sala más pequeña. Despegarla. Despegarme. Hacerme un exorcismo lento y silencioso.
Pero no sé cómo
siempre termino por decir alguna frase innecesaria
con la que vuelvo a entregarme.

Pero Natalie, nada de esto es toda la verdad; es un fragmento, es
la mentira verdadera
que tiene que emerger en los poemas.
Esto es un volcán
y éste es su magma.

Hablo otra vez con Leila y por eso
otra vez estamos callados, vuelven los intermedios,
vuelven las hemorragias invisibles pero presentes
del silencio.

No sabré ser un amigo para Cristina.

Casi nunca quiero volver a follarme a Julia.

No sabré cómo desalojarme de Irene, no me atreveré
a empequeñecerla y tendré que esperar
a que sea ella quien me empequeñezca.

Se ha terminado la lluvia justo ahora. Es mediodía, de repente. Ha salido el sol y ¡qué bruto!
Ha engominado los charcos que ha puesto la lluvia y ahora
parece una bestia plana
que se alimenta de toboganes, de charcos, del lomo movedizo de los perros
y de la carrocería quieta y sensible de los coches.

Natalie, ¿cómo viviste la parte floja de tu carrera?
¿Predecías la gloria de ahora?

Empezaste tan bien. Cuando aquéllos malvados policías
irrumpían en el piso y Jean Reno (antes de empujarte por un escondrijo
que te salvará)
coge tus mejillas entre sus manazas
y te dice:

-Matilda
tú le has dado
sabor a mi vida.

Fue sobrecogedor
ver cómo tu cara
recibía esa frase.

Vuelve ya a la cama, Natalie; hoy no tengo nada más que decirte.
Cómo te envidio. Tú enseguida te volverás a dormir
y te sumergirás
en un sueño plácido
al que ya no le quedan sueños por cumplir.





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