lunes, 17 de mayo de 2010

Modernetis

Felix de Azúa decía que era fácil que la novela actual cayese en el quejiquismo. Me parece que es un miedo muy pertinente; ¿acaso no nos hemos dado cuenta todos de lo que quejicas que son muchos de los escritores modernetis? De hecho, por su culpa, el adjetivo “moderno” vuelve a ser peyorativo. Y esto no se reduce a los chavales de hoy en día que quieren escribir: Les pasa a todos los escritores: Desde Sartre hasta Javier Marías. Hay una pandemia de escritores pegajosamente pesimistas. Que si la ciudad es una mierda, que si la política es una mierda, que si el ser humano es una mierda, que si Occidente está en decadencia...

A mí este talante no sólo me pone instintivamente de mal humor, sino que como lector no me despierta ningún interés. Por eso me ha parecido que el apunte que hace Azúa es muy apropiado. Alguien que empieza a escribir debería hacerlo arrojando una apuesta que se base en fundamentar algo -una convicción personal, una exploración sobre cómo ha asumido un tipo de experiencia, etcétera-, y no debería basar su apuesta en desfundamentar algo. No me parece una actitud inteligente, ni mucho menos ya original, ir diagnosticando la insuficiencia de todas las cosas. Tampoco me parece lo contrario; no es una actitud imbécil. Creo, más bien, que es una actitud perezosa. Vaya, qué parrafada para decir solamente esto. Como dice una amiga mía: “dímelo en una puta línea”. Vale, ahí va: Un escritor tiene que tener ganas de decir algo, más allá de que ese algo sea decir que todo está mal. Me parece que esta frase es cierta por tres razones: 1) Es muy cómodo decir que todo es una mierda -te estás limitando a suscribir una opinión que ya llevaba demasiado tiempo consensuada como para pensar, siquiera, que es una moda. 2) Todos sabemos que todo es una mierda, muchas gracias, señor escritor por tardar 500 páginas en decírmelo y 3) -y ésta es la que más me importa y la que creo que más concierne a un escritor- A poco que uno escarbe en eso de que “todo es una mierda” se da cuenta de que es mentira. Pondré un ejemplo -ficticio, por supuesto:

Mi ex novia fue, generalmente, una zorra asquerosa. Eso sí, siempre recordaré un 20 de abril en que se puso un vestido azul que se acababa de comprar y estaba preciosa. Iba tan bonita que me hizo feliz.

O por poner un ejemplo en verso:

Lo malo
es que a veces fuiste buena


Conseguir esa distancia que permite ponerlo “todo” se ha convertido en el objetivo de la literatura de hoy en día.

Me viene a la memoria una novelita de Kenzaburo Oé que se llama “La presa”. Yo sé, por lo que he chafardeado en su biografía, que Kenzaburo Oé es un buenazo. Un tipo de izquierdas, defensor de los mejores valores civiles, etc., y evidentemente para nada es un xenófobo. Sin embargo, “La presa”, narra la historia de un avión que se estrella en las montañas de una isla japonesa. Los aldeanos que viven cerca del lugar del siniestro van hasta donde está el avión estrellado y descubren que hay un tripulante superviviente: un negro. Aquellos japoneses nunca habían visto un negro, así que al ver a un hombre de 2 metros y encima de color negro piensan que es animal gigantesco que apesta. El negro es arrastrado hasta el poblado atado con cadenas y tratado como una bestia. Cuando uno de sus amigos le pregunta al niño protagonista de la historia: “¿Qué, cómo es el negro? -Bah, no es para tanto, apesta como un buey”. Sin embargo, unos capítulos más adelante vemos que el niño protagonista y su corrillo de amigos se bañan con el negro en un río y todos quedan admirados del tamaño de su pene. ¿Sienten admiración por el negro o asco? ¿Les da miedo que sea diferente a ellos o eso les atrae? ¿Lo quieren o lo odian?

No es que sean preguntas difíciles; son preguntas naturales, segregadas de la normal complejidad de cualquier circunstancia. Si Kenzaburo Oé abomina del racismo ¿por qué no lo condena abiertamente en la novela? Pues porque eso sería simplificar el asunto: Es estupendo no ser racista; pero hay que admitir que siempre queda un poso de desconfianza genética hacia lo que es distinto, y no sólo no es malo confesar eso, sino que hay que aspirar a poder plasmar esa cloaca de reservas que sentimos ante cualquier asunto que nos importe de verdad. Kenzaburo Oé crea una gran obra de ficción porque en ella se muestra todo el proceso de recelo (o sea, de respuesta espontáneamente precavida, y no decididamente racista) de unos niños hacia un monstruo que nunca habían visto: un negro. La voz del narrador narra esos días en que él y sus amigos jugaban con el negro con un deje de nostalgia y de encariñamiento hacia ese tiempo pasado: Ésa es la condena del racismo que hace Kenzaburo, y es ese tipo de condena no simplificadora hacia el que debe aspirar la novelística.

Por eso me parece una escritura muy fofa la de quienes se limitan a predicar que todo da asco; no hay ninguna tensión en ese tipo de literatura y, además, no suele saber engarzarse en narraciones interesantes, como si ya no hiciera falta contar historias.

Para mí, estamos en el mejor de los tiempos para escribir: Por fin se han conquistado las circunstancias históricas necesarias como para poder presentar un completo simulacro de la realidad íntima. Por eso me caen tan mal los modernetis victimistas; es como si no se hubieran enterado de que por fin estamos capacitados para hacer la mejor de las literaturas.

3 comentarios:

  1. Ciertamente, no te faltan razones para estar molesto con cierta aflicción que destilan algunas novelas del panorama actual, pero opino que eso se da, más que en la literatura, en los artículos de prensa. Las novelas de Marías no desprenden pesimismo, aunque ciertamente -y me divierten mucho- sus artículos sean en su mayoría largos lamentos a la sociedad y política actual. Tú sabes que siempre le defenderé a capa y espada.

    No desdeño de las buenas historias, pero considero que para hacer buena literatura no siempre hacen falta. De hecho, para mí es mejor una mala historia bien contada que una buena historia mal contada.

    De todas maneras, tengo que admitir que en ocasiones es realmente casposo tanto lloriqueo, pero tampoco es menos cierto que nunca se ha tenido tanta libertad para liberarlo.

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  2. Hola, Leila.

    No voy a decir nada de Javier Marías porque ninguno de los dos es imparcial con él: A ti te gusta mucho y a mí me disgusta mucho, así que no vale la pena que hablemos de él.

    Aun así, me gustaría apuntar que no creo que sea tan fácil decir que es mejor una mala historia bien contada, que una buena historia mal contada. ¿Tú crees que hay buenas historias mal contadas? ¿No las convertirá eso en malas historias? ¿Puede existir una mala historia bien contada? ¿Cómo sería esa historia? Pienso en la peli de Gran Torino de Clint Eastwood: La historia es mínima, pero desde luego no es mala. Bien contada, una historia es siempre buena. Mal contada, una historia es siempre mala. El Señor de los Anillos, en otras manos que no fueran las de Tolkien, sería una candidata con todas las papeletas para ser una basura: 9 tíos absolutamente ridículos que se dirigen a una montaña tratando de que un ojo gigante de fuego no vea cómo se acercan a un volcán que está a dos pasos de él -miope gigante, el ojo xD-, para evitar que deshagan en la lava un anillo muy importante... Pf. No sé yo qué haría Javier Marías con eso... Probablemente se tiraría los 3 tomos divagando en si es mejor ir a echar el anillo al volcán o quedarse en Hobbiton bailando y fumando hierba de la comarca.

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